No me gusta tener nada qué decir


No me gusta tener nada qué decir.

Siempre me gustó no tener nada qué decir
pasar por la vida como quien cruza la calle.

Llegar porque siempre se llega a alguna parte
sin ningún deber o pretención acuestas
tal como la lluvia que ahora veo.

Siempre me gustó no tener nada qué decir
pensar la vida como intervalo
cuyo fin es llegar a su opuesto
como quien cruza la calle
sin ningún tipo fiesta o algarabía.

Siempre me gustó cruzar la calle y la vida
con las manos en los bolsillos de la chaqueta
sin conversación, ni música ni poemas.

Cruzar de manera calma y silenciosa
sin nada que adorne el intervalo
sin creer ser el movimiento
que no pregunta su inicio o su fin
como la lluvia que ahora veo
chocar contra el pavimento.

Quizá la lluvia vuelva al cielo
pero tal como sucede con la vida
no tiene nada que ver con nosotros
si la lluvia vuelve al cielo o no
si las nubes la reciben o no.

Siempre me gustó pasar por la vida
como por el entramado que no hilo.
Fiesta ajena a la que fuimos invitados
para cruzar y no quedarnos
ni hacer nuestro su intervalo.

Intervalo ajeno en el que prefiero
no tener nada qué decir.

*Imagen tomada de la película El apicultor de Theo Angelopoulos



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